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Amando Santiago

La primera vez que estuve a Santiago tenía 13 años. Vine con mi papá por la época en la que tenía que cumplir el deber que ahora cumple mi hermano y a veces mi mamá de acompañarlo a ver jugar al Deportivo Cali y por ahí derecho pegarse la rodadita por ciudades y países donde ocurren interesante eventos futbolísticos. Con esa particular forma de viajar de mi padre pisé por primera vez territorio chileno. Si me preguntan qué conocí pues mi respuesta es: el estadio, un par de calles muy limpias y los buses naranja marca Mercedes Benz que rondaban por esa época, antes de que llegara Transantiago, una adaptación totalmente mejorada del Transmilenio en Bogotá. ¡Ah! Hablé con un chileno fanático del Colo Colo en el estadio... esa fue mi aventura.

A pesar de mi escaso contacto con la cultura santiaguina, algo me impresionó y se me quedó plasmado en el corazón: La cordillera nevada que noté desde la ventana del avión en mi viaje de vuelta a Colombia. Blanca, hermosa e imponente. El recuerdo se me quedó y reapareció cuando empecé a pensar dónde estudiar mi maestría. De la nada decidí regresar a donde nace/muere la cordillera de Los Andes (lo sé, a veces las razones para tomar decisiones te sorprenden). Pensé además que una ciudad tan limpia, con transporte público marca Mercedes Benz y con ese espectáculo montañoso tenía que ser algo especial. ¡Y lo es!

En ese entonces, en el 2009, no habían tantos colombianos como en el país vecino, Argentina, así que ser del "trópico" y hablar de multiculturalismo en mis clases me permitió tener amigos de Santiago, Viña, Valdivia y de otros países, quienes me enseñaron a VER esta ciudad desde el día a día, desde las fiestas underground en la antigua Blondie y desde las marcas de la dictadura que todavía se advierten en esta generación.

Así me enamoré de Santiago y su gente. Sé que algunos que conocen hablan del frío, la antipatía de algunos santiaguinos o que la ciudad es aburrida, pero creo que a muchos les ha faltado conectarse con el cielo azul diario, la posibilidad para andar en bicicleta y los pisco sour a las 5 p.m. con los amigos chilenos, quienes después de haber roto el hielo, se pueden convertir en tu familia.

No hay diciembre pero hay septiembre

En Chile se siente septiembre. 11 de septiembre, 18 de septiembre, 19 de septiembre, 23 de septiembre (Muerte de Pablo Neruda). ¡Claro! hay tantas fechas que recordar y conmemoran que por un acuerdo popular, más que oficial, Santiago se paraliza durante todo el mes.

Septiembre se siente desde su primera semana, cuando miles de chilenos defensores de Derechos Humanos empiezan a organizar las marchas recordando el 11 de septiembre de 1973, uno de los días que cambió la historia de América Latina: el Golpe Militar liderado por Pinochet y muerte la muerte del presidente electo Salvador Allende, seguido por una dictadura militar que duró 17 años. Durante los últimos años el gobierno nacional no ha permitido que se realicen actividades de protestas ese preciso día, desde mi análisis como extranjera por miedo a que el significado de ese día lleve a manifestaciones demasiado violentas (como ha pasado), así que la mayoría de veces éstas se adelantan. Pero lo que no cambia son las especulaciones sobre lo que podría pasar ese día: un corte de luz, violencia extrema en las calles... Los santiaguinos no saben qué esperar, así que por lo general se reúnen en una casa en juntas que terminan en “carrete” (fiesta) hasta el día siguiente, porque claramente no se puede salir a la mitad de noche.

Después del 12 de septiembre, todo es felicidad. ¡Literalmente todo! Llega el “Dieciocho”, la celebración de las fiestas patrias, empieza la primavera y la ciudad se viste de banderas chilenas (las cuales obligatorias en edificios y casas públicos o particulares), comida tradicional como empanadas, mote con huesillo, asado, bebidas con mortales combinaciones como vino y helado (seguro de ahí su nombre, “terremoto”), todo en fondas donde se baila y se oye cueca en vivo. Pero lo más importante, los santiaguinos se vuelven esos seres adorables y empáticos, actitud que dura exactamente hasta el 1 de marzo del año siguiente, el final de las vacaciones de verano.

El “Dieciocho” se junta con el 19, día de las Fuerzas Armadas, que también es festivo y ahí se acomoda por lo menos una semana de fiesta. Desde mi punto de vista, sin duda, la mejor época para visitar Santiago.

De dulce y de sal

“Huele a Santiago, huele a maní dulce” eso me dijo un día una amiga colombiana. ¡Y es verdad! Todas las ciudades tienen un olor: México DF huele a aceite hirviendo con millones de especias, Bogotá huele a pino y Santiago huele a maní dulce. Pero no es solo que haya un puesto de maní confitado en cada esquina, sino que los santiaguinos son adictos a lo dulce. Los desayunos se reconocen por la cantidad de moffins y tortas alrededor de un pan con palta (aguacate). Los jugos, no importa si son de tarro, botella o naturales, todos se preparan con cantidades ridículas de azúcar o endulzante y los almuerzos y las cenas brillan por sus pequeñas porciones (recuerden que habla una colombiana) pero coronados por exquisitos y gigantes postres.

Cuando se trata de “comida de sal”, como diría mi mamá, los chilenos me han demostrado que todo depende del presupuesto. Desgraciadamente, si es poco, la variedad, cantidad y calidad serán más bien decepcionantes (excepto por el postre, ese nunca falla); pero si un día quiere y puede “darse un gustico” la verdad es que las posibilidades se abren y se llega al maravilloso mundo de los mariscos nativos de los 4.270km de costa Pacífico: moluscos extraños y deliciosos como locos, mejillones, picorocos, erizos, ostras, ostiones, machas; peces exquisitos como la albacora, el atún, el bacalao, el lenguado, la palometa, el pulpo, la raya, y mis preferidos, la corvina, los congrios y la merluza austral; algas de extraña consistencia que solo encontrará por estos lados como cochayuyo, que si tienen la oportunidad de probarlo en una buena preparación, será la experiencia de su vida. Y ni qué decir de la consentida de la cocina chilena: la centolla patagónica (King crab). La langosta caribeña, señores, no tiene nada qué hacer al lado de este exquisito crustáceo que puede tener hasta 60cm de diámetro y llegar a pesar hasta 6 kilos.

Mientras escribo esto se me hace agua la boca y no se me ocurre otro lugar más que El Mercado Central.¡Maravilloso lugar! Además de estar en un edificio que es monumento histórico construido en 1869, es uno de los únicos lugares en Santiago donde si le dicen que es una porción para 2, es porque es para 3. Además, alrededor de los restaurantes típicos de la entrada principal, se encuentran todas esas delicias de la costa chilena, frescas y por un precio que nunca, ni en la mejor de las ofertas, encontrará en algún supermercado.

Se preguntarán por la carnes y la comida cosmopolita, bueno, hay por toda la ciudad y cada vez más y de mejor calidad, pero realmente ¿a qué vino sino a aprovechar esos kilómetros de costa del Pacífico chileno? Si algún día quiere comer buena carne, lo mejor es que tome un bus o un avión hasta Mendoza, Argentina.

De temblores, terremotos y patrimonio cultural

Cuando cerca de las 11:30 a.m. del 11 de marzo de 2010, justo 12 días después de uno de los terremotos más fuertes de la historia, entendí la impotencia que sientes cuando el mundo se mueve bajo los pies y no puedes caminar. Recordé la frase de evacuación: “si no puedes caminar, es un terremoto”. Yo estaba en Colombia para el terremoto del 27 de febrero en la zona central de Chile, así que me vine confiada en que un 8.9 no pasaría… bueno, ese día no hubo un 8.9, pero sí una réplica (puff… ¿replica? ¿en serio?) de 6.9 y 7.1*, de 1 minuto cada una y seguidas la una de la otra, lo suficiente para sustraerme el corazón, romperme los nervios y dejarme tiritando agarranda a una almohada en el primer piso del edificio por el resto del día. No quiero ni pensar qué me hubiera pasado el día del terremoto.

Bueno, lo más importante de ese día es que llamé a mi esposo (novio por esa época) quien trabajaba en un piso 23 y me dijo, con absoluta tranquilidad: “sí, nos están evacuando… pero qué mal porque yo tenía mucho trabajo”… ¿En serio novio? ¡¡No lo podía creer!! Pero esa es la principal característica de la mayoría de los chilenos: no se inmutan ante los temblores porque están acostumbrados a que “se mueva un poquito el piso todos los días”. Desde que se tiene registro (1570) a la fecha ha habido 22 terremotos en Chile (movimientos que generan daños de gran magnitud) y millones de temblores y réplicas provocadas por su ubicación entre la placa de Nazca y la de Suramérica.

Los terremotos han arrebatado muchas vidas de este precioso país austral y también han acabado lentamente con el patrimonio cultural material en las ciudades cercanas a los epicentros, de las cuales Santiago, ha sido una de las principales víctimas. No son solo edificios, de alguna forma este hecho ha producido una necesidad de memoria entre los chilenos que hoy en día se ve reflejada en una de las actividades culturales más masivas del país: el día del patrimonio, celebrado a finales del mes de mayo.

Ese día es una oportunidad para reconocer los edificios que aún se mantienen de pie a pesar de los terremotos, incendios, el golpe militar y la idea de desarrollo urbano. Se destacan por el ejemplo La Moneda (centro cultural y palacio presidencial), el Museo Nacional Bellas Artes, La Iglesia San Francisco, la Estación Central y la transformación en museos in situ de barrios como Yungay o Concha y Toro. También es un día por recordar los afectados o desaparecidos que la ciudad todavía extraña.

Continuará

Hay mucho más que contar sobre Santiago, como por ejemplo por qué hay tantas parejas en los parques, su cultura motivada por un lado por el neoliberalismo económico y por otro, la profunda necesidad de la defensa de los derechos sociales herencia de una larga dictadura; también habría que profundizar en la transformación de centro de detenidos durante la dictadura a Centro Cultural La Moneda, la eterna disputa entre el pisco chileno y el peruano, en fin, una ciudad no se agota en 3 páginas, así que en algún momento les seguiré contando las interpretaciones de una mujer que un día vio una gran montaña nevada con una ciudad muy limpia en su ladera y se dijo “algún día tengo que vivir aquí”.

*Información por confirmar


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